"... Sin embargo, no se espanten: lo que escriba no será ni la décima parte de lo que soy.
Y es que no puedo dejar de ser misterioso, aun cuando me propongo no serlo."
Pequeña Copérnica,
He vuelto. Hace mucho que no te escribía (en realidad hace mucho tiempo que no escribo a nadie). No sé si sabes que llevo cuatro meses viviendo en Aix. Estoy seguro de que te gustaría, porque yo la detesto. Siempre hemos tenido esa habilidad de ser como dos piezas de un puzle que encajan a la perfección. Pero a lo que iba. Esto está lleno de esos rincones que tanto te gustarían: una mesa en un café diminuto junto a una fuente en una placita; los puestos del mercado, con sus pizarritas anunciando que los huevos son de "poules elevées en plein air"; una librería silenciosa y con olor a cera para muebles; un gato que mira vigilante desde una ventana rodeada de hiedra... Esto es tan... tuyo. Por eso lo odio. Porque te veo reflejada en cada cristal, en el agua de las fuentes del Cours Mirabeau, en las vidrieras de la catedral del Saint Saveur.
Todo lo que me rodea es muy bonito. Demasiado bonito. Casi tanto que parece hecho a posta. Es un gran decorado para la película de mi vida. Es como si fuera a travesar el zaguán de una casa y detrás no hubiera nada. Como si fuera a tocar el muro de la Torre del Reloj y estuviera hecho en cartón piedra. Como si, al empujar a una vendedora del mercado, cayera al suelo convertida en un maniquí. Como tú.
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